PRÓLOGO
Por la Conferencia Internacional de Partidos y Organizaciones
Marxista-Leninistas (CIPOML)
Se cumplen este año los ciento
cincuenta de la primera publicación del “Manifiesto Comunista”, o, para
respetar el título original, “Manifiesto del Partido Comunista”, redactado por
Marx y Friedrich Engels, por encargo de la Liga de los Comunistas organización
clandestina en la que se agrupaba un puñado de revolucionarios mayoritariamente
alemanes, junto con ingleses, franceses, suizos, italianos, polacos…
El Manifiesto no es, pues, una
obra ideada por Marx y Engels para poner sus teorías y hallazgos filosóficos,
económicos y deducciones políticas. Surge de la necesidad de explicar al mundo
qué son y quieren los comunistas. El Congreso de la Liga (Londres, diciembre de
1847) les encargó la redacción de ese documento. En la carta circular que en
febrero de ese año dirigió el Comité Central de la Liga de los Justicieros a
sus miembros, (el nombre de la Liga de los Comunistas fue adoptado en el
Congreso), se especificaba:
“La humanidad progresó a pasos agigantados,
la conciencia se desarrolla en todos los pechos y con ella la apetencia de
libertad. Tenemos que sujetarnos a esa necesidad y no obligar a la gente a
someterse a leyes que contradicen a su espíritu. (…) deberá procederse a
redactar una breve profesión de fe comunista que imprima en todos los idiomas
europeos y se difunda por todos los países. (…)”,1 ¿Qué es el comunismo y qué
pretenden los comunistas? 2 ¿Qué es socialismo y qué pretenden los socialistas?
3. ¿De qué modo puede instaurarse el comunismo lo más rápida y fácilmente
posible? A modo de introducción, observamos lo que sigue: (…) el comunismo es
un sistema según el cual la tierra debe ser propiedad común de todos los
hombres, y de todo el mundo debe trabajar, “producir” con arreglo a sus
capacidades y disfrutar, “consumir”, con arreglo a sus fuerzas; los comunistas
pretenden, por tanto, echar por tierra toda la organización social del pasado y
levantar sobre sus ruinas una nueva”:
Meses después, en 1848, salía a
la luz esta obra fundamental, concebida como un arma para, principalmente, la
constitución de un autentico partido revolucionario, capaz de hacer frente a la
situación que se gestaba en Europa, de auge revolucionario que presagiaba los
enfrentamientos o revoluciones de 1848 y que plantea la necesidad de llevar a la
práctica la unidad del socialismo en el movimiento obrero.
Es un axioma que no está de más
recordar, que el Manifiesto constituye la más clara y genial concepción del
mundo.
“el materialismo consecuente, aplicado
también al campo de la vida social, la dialéctica, como la doctrina más
completa y profunda de desarrollo; la teoría de la lucha de clases y del papel
revolucionario histórico-universal del proletariado…” (Lenin: “Carlos Marx.)
No es, como hemos visto, una
casualidad que El Manifiesto apareciese en 1848, cuando la revolución maduraba
en toda Europa (en América, se desarrollaban épicas luchas de liberación e
independencia). En enero, el pueblo siciliano se había levantado en Palermo e
instaurado un Gobierno provisional; al mismo tiempo los milaneses se
enfrentaban heroicamente a la tiranía de los Habsburgo; en París, estallaba la
revolución en febrero, y cuando los primeros números del Manifiesto llegaron a
Alemania, hacia varias semanas que se había producido la insurrección de
Berlín. Según Engels, la primera edición francesa del Manifiesto fue editada en
Paris la víspera de la insurrección.
Parécenos que no es una mera
coincidencia. No se trata de afirmar alegremente, pues sería falsear los
hechos, que el Manifiesto ejerció una influencia decisiva en los movimientos revolucionarios del 48. Se trata de
comprender cómo las condiciones históricas dadas, del movimiento, y su
comprensión dialéctica, que conducirían a las jornadas del 48, fueron
genialmente captadas por los comunistas y plasmadas por Marx y Engels en “El
Manifiesto del Partido Comunista”. Y la conclusión, certera y de plena
actualidad, de que el logro o realización de los ideales comunistas, solo será
posible en las medidas en que los comunistas se unan en un partido comunista.
Esta noción cobra mayor mérito cuando sabemos que en aquellos años, los comunistas
eran una exigua minoría, o como diría Engels en 1890, “la vanguardia, poco
numerosas, del socialismo científico”.
Sabían perfectamente lo que
querían y qué debían hacer. Tres años de la aparición del Manifiesto, Marx en
sus “Tesis sobre Feuerbach”, manifestaba rotundamente su célebre; “Hasta ahora
los filósofos se han limitado a interpretar el mundo cada cual a su manera, más
de lo que se trata es de transformarlo”. Y Engels, posteriormente escribía en
“Revelaciones”, que ni él ni Marx pretendían hacer una obra para eruditos.
“No se nos pasó jamás por las mientes la
idea de ir a contar al oído del mundo erudito, en gordos volúmenes, los nuevos
resultados científicos de nuestras investigaciones, para que los demás no se
enterasen. Nada de eso… “Teníamos el deber de fundamentar científicamente
nuestras doctrinas; pero, para nosotros, era por lo menos igualmente importante
ganar la opinión del proletariado europeo (…) y a penas llegamos a conclusiones
claras ante nosotros mismos, nos pusimos a trabajar”.
Así “El Manifiesto del Partido
Comunista”, corresponde a unos objetivos claros y determinados, pero no solo del momento como pretenden
algunos hacer creer, particularmente los socialdemócratas y reformistas de todo
tipo y color, sino que sus preciosas páginas establecen un programa de acción y
pensamiento (siempre en desarrollo) para todo un proceso histórico imposible de
imitar. Es la estrecha unión entre la teoría y práctica, pensamiento y acción
que, hoy ciento cincuenta años después, sigue siendo necesaria, vital alcanzar,
quizá más que nunca antes. Los planteamientos de Marx y Engels en este
“librito”, demuestran que no solo eran unos teóricos geniales, sino también
dirigentes y organizadores del proletariado mundial, porta estandartes de sus
luchas y anhelos.
Orígenes del manifiesto
La Conferencia de Partidos y
Organizaciones Marxista-Leninistas decidió en su última reunión la publicación
del Manifiesto y la elaboración de este prólogo común, por la conciencia clara
que tenemos de la necesidad de lanzar una nueva campaña de estudio y discusión
en nuestras filas, y fuera de ellas, de esta obra emblemática para los que
luchamos con nuestras fuerzas (escasa), y medios (limitados), por lograr que la
utopía deje de serlo.
La riqueza de esta obra es tal,
que necesita un estudio amplio y documentado de sus orígenes, en qué
condiciones históricas se gestó, personajes, etc. Empero, no es un prólogo el
lugar adecuado para ellos. Así, pues, abordaremos brevemente, algunos de los
datos y hechos principales.
La revolución francesa (1789), al
derrocar al feudalismo e instaurar el poder de la burguesía, sienta las bases
para el socialismo, y es en París, donde fracasa en 1796 la conspiración de
Babeuf. Basada en un comunista igualitario, primitivo, donde se sitúa el centro
del movimiento proletario, cierto, el cartismo inglés sacude profundamente la
sociedad burguesa, mas apenas trasciende al continente. En Alemania, la
opresión feudal persigue señudamente a las asociaciones artesanales, cuyos miembros
son emprisionados, asesinados y obligados al exilio, particularmente a Paris,
lo que hace de esta ciudad el lugar de concentración de los revolucionarios
europeos. Allí coinciden las teorías socialistas y los gérmenes de las
comunistas. Pero, como el mismo Engels señala, como “socialistas” se definan
los owenistas inglés, los fourieristas francés y también.
“los más diversos curanderos sociales que
aspiraban a suprimir con sus diversas panaceas y emplastos de toda suerte, las
lacras sociales sin dañar en lo más mínimo al capital ni a la ganancia (…) en
cambio, la parte de los obreros que convencida de la insuficiencia de loas
revoluciones meramente políticas, exigía una transformación radical de la
sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo a penas elaborad,
solo inspirativo, a veces algo tosco, pero fue asaz pujante para crear dos
sistemas de comunismo utópico: en Francia el “icario” de Cbet y en Alemania, el
de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el
comunismo, un movimiento obrero” (Engels, Prólogo al Manifiesto de 1890)
Engels, evolucionó hacia las
ideas filosóficas del comunismo, cuando aún militaba en las filas de los
neohegelianos radicales de Berlín, a través de su compañero Moses Hess, el cual
fue el primero en comprender que el comunismo constituía el desarrollo lógico
del neohegelianismo. Por entonces, en Francia, las aspiraciones revolucionarias
se concretan en la Sociedad de los Amigos del Pueblo y en la Sociedad de los
Derechos del Hombre; son organizaciones radicales de pequeñoburgueses y proletarios.
En 1834, es aplastada la segunda revuelta de los tejedores de Lyon y sus
dirigentes, los que logran escapar a la feroz represión monárquica, huyen al
extranjero. Mientras tanto, los militantes de “base” continúan su actividad
clandestina, dirigidos principalmente por Blanqui y Barbés. Estos crean la
“Sociedad de las Familias”, rápidamente deshecha por la policía, y luego la
“Sociedad de las Estaciones”, de predominancia proletaria. Du ideología es la
del comunismo utópico de Babeuf, basado en la idea pequeñoburguesa de la
“igualdad” y en la creencia de que un puñado de hombres decididos bastaban para
hacerse con el Poder.
Íntimamente relacionada con la
anterior, incluso aliada en algunos momentos, surge la “Liga de los
Justicieros”. Esta Liga, se desarrolló rápidamente bajo la dirección de los
artesanos alemanes Bauer y Weitling. El fracaso de la intentona de mayo de
1839, en la que actuaron unidos la Liga de los Justicieros y la Sociedad de las
Estaciones, costó la pena de muerte (luego conmutada por prisión), de Blnaqui,
Brabés y otros, los cuales después de largos años de prisión, fueron expulsados
de Francia. Unos se refugiaron en Londres, otros en Suiza. Precisamente, en
Londres, en 1843, Engels entra en contacto con ellos, concretamente con Bauer
(zapatero), Moll (relojero) y Shapper (cajista de imprenta). De ellos dice
Engels:
“Eran los primeros revolucionarios que me
echaba a la cara, y aunque nuestras ideas, por entonces, no coincidiesen en
todo, un mucho menos, pues frente a su mezquino comunismo igualitario, yo
abrigaba todavía, a la sazón, una buena dosis de jactancia impotente que me
causaron aquellos tres hombres de verdad cuando a penas empezaba a dejar de ser
un chiquillo” (F. Engels, “Revelaciones”)
En 1840, los exiliados alemanes
crean en Londres una organización legal de masas, que les servía como correa de
transmisión y para reclutar miembros para la Liga de los Justicieros. Desde
Londres, mantenían estrechos contactos con Alemania, y con los grupos de
exiliados en Suiza, Francia, Bruselas, etc. Este era el panorama existente,
cuando Marx y Engels, por entonces reunidos en Bruselas, trabajaban en su
teoría revolucionaria. Se sentían atraídos por la Liga de los Justicieros, pero
no daban un paso de su incorporación a ella. Mucho influyó, al parecer, en
ellos, el escrito del sastre Weitling, “Garantías de la armonía y la libertad”
(1842), que Marx califica de “un gigantesco y brillante debut de los obreros
alemanes (…) primera vibración teórica original del proletariado alemán” (C.
Marx, en el “Vorwaerts”, París, 1844).
Marx y Engels, que desde Bruselas
empezaban a influir en el movimiento revolucionario, se trasladaron en 1845 a
Londres, donde iniciaron un periodo de colaboración (particularmente Engels)
con el alza izquierda del cartismo y con la Liga de los Justicieros (ambas
organizaciones colaboraban entre ellas). De regreso a Bruselas, Marx termina su
obre “Miseria de la Filosofía”, en la que fustiga implacablemente a Proudhon.
Al mismo tiempo, no cesa su actividad revolucionaria y junto con Engels, su
intimo amigo silesiano Guillermo Wolf y otros, crea, la “Asociación de Cultura
Obrera”, a través de la que despliegan una intensa labor de crítica despiadada
aquella mezcolanza de socialismo o comunismo franco-inglés y de filosofía
alemana, que formaba por entonces la doctrina secreta de la Liga…” (C. Marx
“Sr. Vogt”, Londres, 1860)
En la primavera de 1847, según
Engels (Marx en su obra contra Vogt da la fecha de finales de 46), ingresaron en
la Liga de los Justicieros, después de un periodo de discusiones y cuando ya se
había superado en la organización las concepciones conspirativas y comunismo
artesanal, pseudoteórico. Engels, lo describe como sigue:
“Moll [enviado desde Londres por la Liga] se
entrevistó en Bruselas con Marx y en París conmigo, invitándonos reiteradamente
en nombre de sus camaradas a ingresar en La Liga. Nos dijo que estaban
convencidos de la exactitud de nuestras ideas en general, así como de la
necesidad de emancipar a la Liga de las viejas tradiciones y formas
conspiratorias”.
En el verano del 47 tiene lugar
en Londres el Primer Congreso de la Liga. Guillermo Wolf acude como delegado de
la Comuna de Bruselas (Marx no puede acudir) y Engels en representación de
todas las comunas de París. A finales de noviembre, se celebra el II Congreso,
al que Marx y Engels acuden con el borrador del Manifiesto, que previamente se
les había encargado, como una “profesión de fe”, cosa que al parecer era
tradicional entre los socialistas franceses. Pero Engels, no está de acuerdo
con la forma y escribe a Marx, al mismo tiempo que le cita en Ostende para
acudir juntos al Congreso:
“Medita algo sobre la profesión de fe. Creo que
lo mejor sería prescindir de la forma catequista y darle el titulo de
Manifiesto Comunista. Como no hay más remedio que relatar algo de Historia, la
forma anterior no se preste…” (Marx y Engels, “Correspondencia”.)
En II Congreso duró hasta
diciembre y se cerró con el encargo a Marx y Engels de la redacción definitiva
del Manifiesto del Partido Comunista. Semanas después, el texto era entregado
para su impresión en alemán, inglés, francés, al mismo tiempo que estallaba en
París la revolución.
Desde entonces, el proletariado
mundial cuenta con un tesoro que ha resistido el paso del tiempo, las
transformaciones y cambios y que sigue joven y de plena actualidad, en líneas
generales. Por cierto, en el Manifiesto, se cambia la vieja consigna humanista
y harto confusa, utilizada por la Liga, de “Todos los hombres son hermanos” por
el grito de clase “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Pese a la
creencia generalizada, no es el Manifiesto donde pro vez primera se lanza esa
consigna. En efecto, según los investigadores marxistas, el austríaco Grünberg
y el alemán Meyer (biógrafo de Engels), en septiembre de 1847, meses antes de
ser publicado el Manifiesto, la Liga lanzó en Londres el número 0 (y único) de
un periódico, con el nombre de “Revista Comunista”, que luce la célebre
consigna en su cabecera. (Karl
Grünber y Gustav Meyer, “Die Londoner Komunistische Zeitscrift und andere
Urkenden aus den Jahren 1847-1848”. Leipzig, 1921.)
Actualidad del Manifiesto Comunista
Cierto es que el Manifiesto
aparece en un contexto histórico determinado y que desde 1848 a nuestros días
muchas son las cosas que han cambiado. Los mismos autores reconocen (véase el
prefacio a la edición alemana de 1872),
“Algunos
puntos deberían ser retocados. El mismo “Manifiesto” explica que la aplicación
práctica de estos principios dependerá siempre y en todas partes de las circunstancias históricas
existentes, y que, por tanto, no se concede importancia excepcional a las
medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. (…) Sin embargo,
el “Manifiesto” es un documento histórico que ya no tenemos derecho a modificar”.
Idea que posteriormente Engels
repetiría en distintas ocasiones, ¡Qué diría hoy, ciento cincuenta años después!
Cambios en la industria, en el desarrollo del capitalismo que ellos no podían
prever; la era de la cibernética y de la conquista del espacio… En este tiempo
ha tenido lugar la primera tentativa para la toma del poder por el proletariado,
como fue la Comuna de París; dos crueles guerras mundiales y la conquista más
larga hasta ahora del poder por el proletariado guiado por los comunistas (la
Gran Revolución de Octubre de 1917). La independencia de numerosos países y la
práctica desaparición del colonialismo a la vieja usanza; la supremacía mundial
del imperialismo de los EE.UU.; la traición cada vez mayor y más descarada de
la socialdemocracia; el surgimiento del llamado revisionismos en el país de
Lenin y Stalin y los errores, carencias o deficiencias que han provocado la
hecatombe de los años 60 y la desaparición de la URSS y los llamados países del
Este…
Una tesis muy utilizada por
sociademócratas y reformistas es la de que el “Manifiesto” es un documento
caduco, rebasado por los acontecimientos. Cierto es que esa gente canta
alabanzas tanto sobre el “Manifiesto” como sobre Marx (cada vez menos y algunos
como los “socialistas”, españoles, entre todos, lo han suprimido de su
literatura), pero a continuación afirman que desde 1848 el mundo ha cambiado y
las conclusiones de Marx ya no sirve. Naturalmente, el “Manifiesto” no les
sirve a ellos, a los renegados y revisionistas de todo tipo y de todas partes. Si
analizamos el mundo de 1998, como Marx y Engels lo hicieron con el de 1848, ¿no
es cierto que en todas partes la socialdemocracia y los dirigentes socialistas
aplican una política de traición, de abandono de los intereses de la clase
obrera, del proletariado y de vil sometimiento a su burguesía y/o el
imperialismo? ¿Qué y a quiénes representan los Jospin en Francia, los del “Olivo”
en Italia, los Felipe González en España, etc., etc., sino a su propia
burguesía con intereses contrapuestos a los del proletariado? ¡Pues claro que esa
gente tiene interés en gritar alto y fuerte que el “Manifiesto” está anticuado!
Es gente de la misma ralea que los que actualmente tergiversan la historia, la
modifican con arreglo a sus intereses y lanzados a una foribunda campaña
anticomunista, mienten descaradamente.
Por ello, hay que insistir en que
el “Manifiesto” no es un producto de
las condiciones del momento, no es el precursor
de las experiencias por venir. Decimos, con el marxista italiano Antonio
Lacriola (1842-1904) que:
“En la realidad
no hay más experiencias históricas que aquellas que la propia historia crea, y
estas experiencias ni pueden anticiparse ni hacerse brotar por designio
premeditado o por decreto”.
El manifiesto es el resultado de
un progreso continuo de la historia del pensamiento, que con Marx y Engels da
un salto cualitativo, extraordinario, en su desarrollo teórico. El “Manifiesto”
da el paso del socialismo como idea imprecisa y algo confusa, al socialismo
como ciencia. Como ciencia en continuo desarrollo (que inevitablemente dará más
saltos cualitativos), y que permitió deducir certeramente a sus autores que el
capitalismo cava su propia tumba:
“El desarrollo
de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre la
que esta se produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo,
sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son
igualmente inevitables”.
Es, quizá ésta la principal deducción
de Marx y Engels, el hundimiento del capitalismo que es inevitable. Esa
afirmación sigue siendo válida. El transcurrir del tiempo lo confirma y lo
sucedido en la URSS en nada lo invalida. Claro que el capitalismo no se
derrumbará por sí solo. Pero esa es otra cuestión. Lo importante es comprobar,
cómo, pese a los avances técnicos y científicos, las transformaciones sufridas,
los cambios, etc., el capitalismo es incapaz de solucionar los graves problemas
de la humanidad, como el hambre, la miseria, la explotación del hombre por el
hombre, la guerra de rapiña, la opresión.
La terrible situación que viven
los pueblos de África es consecuencia del capitalismo, no del atraso e
incultura de esos pueblos, que si lo son es precisamente por la brutal explotación
capitalista. Lo mismo cabe decir sobre América, y Asia… ¿Acaso en el principal
país imperialista del mundo, los EE.UU., no hay “bolsas de pobreza” terribles,
no hay marginación social, no hay hambre? La “próspera y culta” Europa, ¿no
conoce la miseria, el desempleo, y demás lacras capitalistas? La burguesía
jamás podrá solucionar esos problemas. Hoy, ciento cincuenta años después, la
afirmación de Marx y Engels de que el Gobierno no es más que un administrador
de los asuntos corrientes de la burguesía, sigue siendo tan cierto como cuando
fue formulada.
Como sigue siéndolo, para la gran
burguesía, la cínica afirmación del Primer Ministro francés Guizot, en 1847:
“Cualquier
hombre que con una inteligencia mayor de la media, no tenga propiedades, ni
industria, debe ser considerado como un hombre peligroso desde el punto de
vista político”.
El papel que la clase obrera está
llamada a desempeñar, es otra de las conclusiones del Manifiesto. Es de particular
importancia tener en cuenta, que esa deducción, confirmada, la hacen en un
momento histórico en el que la clase obrera no es mayoritaria en Europa y donde
los artesanos eran la clase más activa y políticamente más instruida.
En esencial, la distinción entre
artesanos y proletarios, para entender mejor el paso del “comunismo utópico” al
“comunismo científico”. Es en el Manifiesto, donde por primera vez salta a la
esenca el proletariado como protagonista, como elemento que dará todo su
sentido a la lucha de clases. Así veremos cómo Marx y Engels, saben distinguir
entre la fuerza predominante en un momento dado, pero sin posibilidades de
desarrollo, como es el artesanado, y la fuerza en desarrollo, en auge, como era
y no ha dejado de ser el proletariado. En cuanto a la lucha de clases, conviene
precisar que no fuero Marx y Engels sus descubridores, sino que la situaron como
el factor determinante del progreso de la historia. Marx lo explica claramente:
“… no es mío
el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad
moderna, ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, historiadores burgueses
habían descrito el desarrollo histórico de la lucha de clases, y los
economistas burgueses habían efectuado su anatomía económica. Lo que yo hice de
nuevo, fue: 1. Demostrar que la existencia
de las clases está ligada a fases de
desarrollo histórico determinado de la producción; 2. Que la lucha de
clases lleva necesariamente a la dictadura
del proletariado; 3. Que esta dictadura no es mas que la transición hacia
la abolición de todas las clases y a una
sociedad sin clases” (Las negritas son de Marx), (Carta a Joseph
Weydemeyer, 5 de marzo de 1852.)
Así, pues, se precisa el papel de
la lucha de clases, se coloca en primer plano al proletariado, y, otro punto
esencial que plantea el Manifiesto, es que uno de los rasgos principales características
del capitalismo es la explotación del obrero, explotación que solo desaparecerá
con el propio capitalismo.
Todo ello sigue siendo de
actualidad, está sin resolver, el hecho de lo sucedido en la URSS, Albania,
etc., no invalida en nada lo anterior.
No es éste el lugar para abordar
ese problema, mas afirmamos que pese a los errores, equivocaciones y
deformaciones (también traiciones), que provocaron el hundimiento de esos países,
el hecho de que se hayan dado respuestas equivocadas no supone que las preguntas
eran erróneas. O, como afirma el filósofo L. Peña:
“De las dificultades a que se ve confrontada
una explicación marxista de cuanto ha sucedido en nuestro Planeta en los
últimos decenios se ha querido deducir la bancarrota del comunismo (…) El
comunismo tiene una larga historia. El comunismo es una propuesta de organizar
la sociedad humana sin propiedad privada (…) La quiebra afecta únicamente a
eso, a unas previsiones. No afecta a la propuesta”.
El “Manifiesto”, por más que se
empeñen los enemigos del comunismo y su caterva de pseudoteóricos y pseudofilósofos,
no es una pieza de museo. Ciento cincuenta años después, sigue siendo un arma
que el proletariado debe empuñar, un arma que sirve al movimiento
revolucionario internacional. Porque son conscientes de ello, la reacción
internacional ataca fundamentalmente las ideas contenidas en el Manifiesto; la
campaña anticomunista internacional, no ceja ni cesa. ¿Por qué esa saña, si el
comunismo ya está derrotado definitivamente como afirman? Sin embargo, se dan
la mano, se apoyan y jalean mutuamente en esta campaña, desde los reaccionarios
hasta los modernos revisionistas, pasando por los siempre traidores socialdemócratas,
sin olvidar a todos aquellos que configuran la
industria de los arrepentidos (Benedetti). Todas las fuerzas reaccionarias
del mundo, se unen para denigrar las ideas del comunismo, combatir y tratar de
liquidar a los partidos comunistas. Han lanzado una jauría de “nuevos historiadores”,
que deforman y tergiversan grotesca y vilmente la historia del movimiento
obrero.
Se comprende perfectamente esa
campaña anticomunista, esos esfuerzos por enterrar al Manifiesto, por hacer de
él una especie de legajo histórico de biblioteca. En esta primera obra madura
del marxismo (Lenin), se afirma claramente lo que la situación actual del
mundo, confirma, “la burguesía… es incapaz de garantizar a sus esclavos la
existencia ni aun dentro de su esclavitud”:
Insistimos, como los hicieron Marx
y Engels, no todo el Manifiesto, sus
planteamientos son de actualidad. Lo fundamental en él es el papel del
proletariado en la lucha de clases: es el sentido del internacionalismo (“los trabajadores
no tienen patria”), y la afirmación de que el proletariado solo podrá alcanzar
su objetivo, derrocando por la fuerza
todo el orden social y, por supuesto, instaurando la dictadura del proletariado. ¡Se comprende que la burguesía tiemble
ante la revolución comunista en la que los trabajadores solo tienen las cadenas
que perder!
El manifiesto ni está desfasado,
ni ha envejecido, ni lo estará mientras quede la burguesía por derrocar, por
llevar a cabo la revolución proletaria, por abolir la explotación del hombre
por el hombre, la opresión y saqueo de un país por otro, el sometimiento de los
pueblos por la fuerza de las armas… Los que afirman que el Manifiesto está
rebasado, es porque ellos mismo han sido rebasados por la historia.
Que todo lo anterior es posible,
lo demuestra nítidamente la Gran Revolución de Octubre de 1917, como antes lo
demostró, en 1871, la gloriosa Comuna de París. El que no se haya podido
consolidar, responde a factores subjetivos no imputables al Manifiesto.
Hoy, ciento cincuenta años
después de la aparición del Manifiesto
del Partido Comunista, con todas las vicisitudes y problemas que ha atravesado
el movimiento comunista mundial, parécenos que se puede afirmar que la actitud
que se tome hacia él, es piedra de toque entre revolucionarios, reformistas,
entre comunistas y socialtraidores.
Enero de 1998
Por la Conferencia de Partidos y Organizaciones Marxista-Leninistas
Raúl Marco