Por lo pronto, hay numerosas acepciones para el término acción en su correspondencia con la creación intelectual: desde identificarlo con la obra misma del escritor, ya que ésta es su acto de expresar, hasta definirla como la extrema práctica revolucionaria, pasando por una amplia gama de instancias laborales, sociales y políticas. No creo que sea la primera acepción- el mero acto de expresar- lo que hoy movilice o monopolice el tema, pero aún así conviene dejar una brece constancia.
En nuestros países suele darle una actitud particular en relación con el intelectual. El hombre de acción, término que a veces se identifica con el de hombre político, en sus relaciones con el intelectual suele oscilar entre una exaltación superficial y una indiferencia casi menospreciativa.
Para el político crudamente conservador, reaccionario, el intelectual y el artista son casi siempre un estorbo, ya que aun en los más prudentes casos, formulan interrogantes de engorrosa respuesta, siembran dudas incómodas, generan rebeldías; para el demócrata liberal, en cambio, el intelectual puede llegar a ser un elemento decorativo, poco más que un florero, cuya amistad otorga cierto lustre y por añadidura da fama de hombre sensible y de buen gusto. El político reaccionario generalmente reprime al intelectual; el demócrata liberal, en cambio, lo usa, o por lo menos trata de usarlo.
También en los sectores progresistas aparecen a veces prejuicios, desconfianzas y resquemores con respecto al intelectual, pero no suele darse como suspicacias genéricas sino más bien como aprensiones subjetivas. Puede decirse que quien acepta y ejerce en las izquierdas una ardua responsabilidad política- que en América Latina se da por lo común en circunstancias riesgosas y a veces hasta clandestinas- es normal que asuma contemporáneamente una postura de amplitud y comprensión hacia el creador intelectual. Pero también ocurre que otros integrantes de partidos, movimientos o grupos políticas, tienen ante el artista y el intelectual una actitud recelosa de la que no siempre son conscientes. Ya que, por motivos fácilmente comprensibles- más oportunidades de obtener un aceptable nivel de cultura-, la mayoría de esos creadores han surgido de la clase media o la pequeña burguesía, siempre hay militantes políticos que los miden con inevitable desconfianza, y así el calificativo de pequeñoburgués aflora casi cotidianamente para caracterizar a un escritor, un pintor, un universitario.
También hay que reconocer que en muchas ocasiones la suspicacia tiene sus bien fundadas razones, ya que hay intelectuales que no quieren- o no pueden- sobrepasar su origen de clase, y mantienen, tanto en su obra con en su vida de relación, una actitud elitaría, autosuficiente y hasta menospreciativa hacia los sectores populares. Sin embargo, tales casos son afortunadamente excepciones en América Latina: la mayoría de nuestros escritores, artistas, universitarios, se sienten identificados con sus pueblos y asumen una coherente y consecuente defensa del hombre y de sus derechos y libertades.
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