El actual sistema de salud le
queda debiendo mucho a las mujeres, tanto en la salud como en el rol que
juegan. Tradicionalmente el cuidado de la
salud está a cargo de la mujer. Se observa un incremento de personas que
necesitan cuidados en el hogar, ya sea por edad, discapacidad, enfermedades
crónico-degenerativas y sus complicaciones, además de las reformas en el
sistema de salud (altas tempranas, cirugías ambulatorias, co-responsabilidad
familiar en el cuidado intrahospitalario), que con argumentos médicos y
económicos aumenta la carga de las familias. Se calcula que en el 2014 el valor
bruto del trabajo no remunerativo fue alrededor de los 120 mil millones del
cual el 70% del valor corresponde al realizado por las mujeres, aunque en los
últimos años los hombres se han ido incorporando en estas actividades como
“apoyo” dado la disminución de miembros de la familia con
disponibilidad de cuidar, los cambios sociodemográficos como la reducción del
tamaño de las familias, la movilidad familiar, la incorporación de la mujer en
actividades laborales y académicas, entre otros.
Este tema constituye un asunto de
equidad de género, que reclama tanto la visibilización y cuantificación del
trabajo no remunerativo, como la participación del Estado en la garantía del
derecho a la salud y al bienestar, no solo de quienes requieren de cuidados
sino también de aquellos que lo brindan.
Mujeres y hombres afrontan muchos
problemas de salud semejantes, pero las diferencias son de tal magnitud que la
salud de las mujeres merece que se le preste una atención particular.
Existen múltiples datos sobre la
diferencia entre morbilidad (número de personas que se enferman) y mortalidad entre
hombres y mujeres. Las mujeres experimentan una mayor morbilidad en casi todas
las etapas de su vida debido al menor acceso tanto a cuidados como a servicios
de salud. Aunque las mujeres suelen vivir más que los hombres porque tienen
ventajas biológicas y de comportamiento, pero en algunas circunstancias, sobre
todo por escasos recursos económicos, estas ventajas son anuladas por la
discriminación hacia las mujeres y como consecuencia su esperanza de vida al
nacer es igual o inferior a la de los hombres.
Por si fuera poco, la vida más
prolongada de las mujeres no es por fuerza más sana. Hay situaciones que son
exclusivamente femeninas y solo las mujeres experimentan sus repercusiones
negativas. Algunas, como el embarazo y el parto, no son enfermedades sino
fenómenos biológicos y sociales que entrañan riesgos para la salud y requieren
asistencia sanitaria.
Muchos de los problemas de salud que
aquejan a la mujer adulta se remontan a la niñez. El estado de nutrición de las
niñas es particularmente importante teniendo en cuenta su futura función
reproductiva potencial y las repercusiones de la mala nutrición de la mujer en
la descendencia.
En México, las mujeres tienen una prevalecía
mayor para padecer: hipertensión arterial, diabetes mellitus tipo 2, sobrepeso
y obesidad; estas enfermedades están todas relacionadas con una alimentación de
mala calidad y la falta de acceso y disponibilidad de alimentos saludables para
la gente pobre. Ello explica que el 10.5% de los nacimientos en nuestro país
tengan bajo peso al nacer.
Las desigualdades sociales en
materia de educación, ingreso y empleo, limitan la capacidad de niñas y mujeres
para proteger su propia salud. A mayor rezago educativo mayor es la incidencia
de embarazos de alto riesgo. Actualmente tenemos 34.6 muertes maternas por cada
100 mil nacimientos vivos, pero esta cifra se triplica si se trata de mujeres
indígenas.
Solo el 30% de las madres mexicanas están en condiciones de llevar a
cabo una lactancia exitosa. Antes de los 15 años, el 4.3% de las mujeres se
encuentra dentro de algún tipo de relación conyugal y antes de los 20 años este
porcentaje se aumenta hasta el 23%. Ello explica porque el 20% de los embarazos
tengan lugar en mujeres menores de 19 años, las oportunidades de educación son
menores solo 3 de cada 10 terminan la secundaria, dado que están sometidas a
relaciones de poder, huyen de la violencia doméstica y no tienen acceso a
métodos de anticoncepción. Las mujeres y las niñas son vulnerables a la
infección por el VIH debido a una combinación de factores y desigualdades de
género, la violencia es otro riesgo de la salud sexual y reproductiva.
Las mujeres además de
pronunciarnos por la igualdad de derechos laborales, sociales y políticas de
las mujeres, la socialización del trabajo doméstico y del cuidado de los hijos
y ancianos; debemos incorporar el derecho a la salud sexual y reproductiva, el
aborto gratuito como política pública y la erradicación de todas las formas de
violencia de género, la garantía de a igual trabajo igual salario entre géneros.
Las mujeres somos parte fundamental de las luchas populares y nuestra
participación en la batalla por nuestras reivindicaciones nos permitirá
avanzar, junto a todo el pueblo, hacia nuestra liberación de la doble opresión
que sólo terminara en la medida que se acabe
la división de clases en la humanidad.