Rusia era un país donde el 70 por ciento de los hombres y el 90 por ciento de las mujeres no sabían leer ni escribir. En 1917,  se estableció la educación obligatoria para todos los ciudadanos analfabetos. Las escuelas rurales, escasas y situadas en pueblos de cierta importancia, no podían cubrir ese objetivo. Por ello se crearon las llamadas «estaciones de cultura popular», donde los campesinos aprendían. Se implantó la escuela única, a la que debían asistir todos los niños. El número de escuelas y de maestros creció espectacularmente en todas las regiones del país.

 

La alfabetización acelerada no bastaba para modernizar la economía. Para Stalin , la cultura mínima era «la alfabetización, las matemáticas elementales, la higiene, la vivienda, la alimentación, la conciencia y la eficiencia». Emitio una serie continua de decretos para acelerar el proceso educativo. Se abrieron jardines de infancia, clubes para niños, clubes para proletarios, escuelas de arte y literatura, centros de educación para discapacitados.

 

Se recuperaron niños vagabundos, que apareciero, como consecuencia de la guerra civil. Se veían obligados a robar para sobrevivir. Las bandas infantiles eran temibles en el campo. La policía realizaba redadas en mercados y estaciones para llevarlos a centros especiales de reeducación. Las llamadas «colonias» eran de dos tipos:

para jóvenes delincuentes y para niños abandonados. No se obligaba a nadie ni a estudiar ni a trabajar; las puertas estaban abiertas, incluso los maleantes capturados in fraganti y entregados al centro por la policía podían marcharse si querían. Lo milagroso del sistema, basado en la paciencia, la bondad, el ejemplo, el afán por despertar en los internos un sentimiento de orgullo, fue que la inmensa mayoría de ellos comprendían enseguida que valía la pena estudiar, que el trabajo colectivo redundaba en beneficio de todos, y que en la calle se estaba bastante peor que en la colonia; quienes se escapaban solían volver al cabo de pocos días